Las palabras como alas y encierros
Por Carlos de la Rosa Vidal
Morimos en
vida, decepcionados de nosotros mismos, al asumir como sagradas, las palabras
de los demás. De niños, la palabra como orden, orientaba. Hoy, adultos, las
palabras de los demás como mandatos hasta pueden evitarnos el vivir, si las
creemos con una importancia mayor que el propio pensamiento.
De niños, las
reglas y hasta la orden severa representaba un cobijo de palabras, necesarias
para el aprendizaje. Para evitarnos contratiempos, desgracias cotidianas,
heridas domésticas, los mayores pregonaban reglas; una palabra bastaba, cual
orden, para emprender el camino a ser buenos chicos.
Ayer, las
palabras que eran órdenes de los mayores constituían un refugio contra el frío
de aún no saber, de la vida que se presentaba. Hoy, ya adultos, las órdenes de
los demás hasta suelen constituirse en una cárcel de palabras. No hablo de las
palabras nobles del anciano que ha sobrevivido a las olas más duras y sabe cómo
mirar. Condeno las palabras de quienes desprecian su propia vida, el optimismo
natural de los otros y pretenden reglar la existencia del resto, vigilar hasta
la sonrisa de una nobleza de espíritu.
Cuando niño,
una palabra fuerte del adulto acogedor hasta te salvaba del error. Una palabra
acompañaba hasta las próximas equivocaciones. Ahora, de adulto, hay quien, por
no saber vivir, le grita al compinche para que ni siquiera intente ahogarse de
vida. El estéril y hambriento pretende enseñar a comer al recién nacido.
La palabra del
sabio continuará sirviéndonos de cobijo. La palabra del miserable, que
desprecia el éxito del vecino; que pretende erigirse en consejo sagrado; que,
en lugar de dar alas de expansión, otorga grilletes de encierro. Ante las
palabras de quienes desean que observemos con la oscuridad de sus intenciones,
sólo agitaremos las manos en un adiós, con el movimiento de los labios que
sonríen de despedida. Practique el ritual de agradecer las palabras que nos han
dirigido desde niños, pero sólo quedémonos con la palabra habilitadora, con el
consejo del duendecito del hombro izquierdo.
Permanezcamos
en compañía de la palabra que derrota, a nuestro lado, los límites que otros pretendieron
imponernos. Que nos importe poco, o tremendamente nada, la opinión pesimista de
quien no accede a la tentación de vivir.
- Carlos de la Rosa Vidal
22 de abril de 2019
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