El olor de los
libros viejos
Carlos de la Rosa Vidal
Preguntaré si
conoce el olor de las cajas con los libros que descansan. Es un olor que se
adhiere a la respiración, entre los alvéolos de nuestras teorías y creencias.
Hablaré del olor de las cajas y de los libros que esperan un lugar en la
biblioteca oficial.
Del olor,
porque pienso en lo que irradia un libro viejo. Los libros leídos veinte años atrás
y que al abrirlos nos transportan a la época de su lectura. Libros con el olor para
despertarnos los mismos sentimientos de los años marchados, con polvo de
nostalgia. Los libros leídos son también nuestra memoria.
Abro una caja,
para descubrir un libro que apenas recuerdo, el olor y el polvo son los mismos
que otras cajas con libros conocidos. Desentierro un libro que me es extraño, me
detengo para indagar la historia de su adquisición, pero ya lo he olvidado. su
historia conmigo jamás será recuperada. Son de esos libros, con sus olores, que
uno ha guardado, pero que nunca ha leído.
Me huelen
igual, esos libros viejos que no he leído y los libros con lecturas veteranas.
Los leeré por el olor que desprenden. He pensado en ocultar, entre páginas,
algunas pistas como tarjetas, papelillos con breves frases o mis pensamientos,
como un guiño a próximos lectores. Para que esos fragmentos de escritos huelan
igual al libro que los cobijará.
Las manos se arropan
con polvo, comienzan a oler igual que los libros. De adolescente, estornudaba con exageración,
ante la atmósfera de un libro viejo. Ahora deduzco que, si un adulto estornuda,
escandaloso, ante un libro hospedado en una caja, es un tipo que lee apenas el
periódico de la mañana; o es un tipo alérgico, que fallece si no se alimenta
con libros que huelen a guardados.
Cuando buceo
entre libros de mi biblioteca, ya no sólo busco alguna novedad como en una
librería, ahora también recupero su olor. Que me da un certificado de
autenticidad. Los libros de las cajas aún no portan el estatus de ser miembros
de la biblioteca en la habitación de estudio. Permanecen aislados, a la espera
de promoción, para llegar a la estantería de los libros de trabajo. Mientras
tanto, que huelan a historia, que conserven la serie de recuerdos de cuando los
he leído. Siento que los libros que rodean mi escritorio huelen distinto, o
acaso el polvo diario que se le adhiere, los hace oler diferente.
Abro una caja,
y si tuviera un espejo cerca, observaría una sonrisa cómplice o el ceño que se
frunce por el olor que me despiertan algunos recuerdos. Abro cajas en busca de
libros que no he leído, me topo con el olor que huele a pasado. Sí, el olor
huele (añada una sonrisa en este espacio por favor). El olor me transporta a la
historia. Cierro la caja, me despido de los libros. Ya no los huelo. Pero,
continúo oliéndolos en mi cerebro como si el olor fuese un recuerdo. Una
estampa de los días de lecturas enterradas, de emociones sobrevivientes, de
años que hoy me sonrojan.
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9 de mayo de 2019
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